JOSÉ MANUEL PÉREZ RIVERA, ARQUEÓLOGO Y ESCRITOR
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Ceuta, 8 de febrero de 2025.

Hoy el día ha amanecido nuboso, lluvioso y frío. No obstante, no he dejado de salir a disfrutar de la naturaleza. Un claro en el horizonte de la bahía sur permite observar el caleidoscopio de luces al amanecer. La lluvia barre Ceuta a intervalos dejando espacios por los que se podía ver Cabo Negro y el Rincón.

Con la esperanza de que el espacio abierto en el horizonte permita ver la salida del sol, he aguantado la lluvia. El sacrificio ha sido en vano, pero la naturaleza siempre recompensa al que la mira con amor y pasión y me ha permitido escuchar el llamativo sonido de la lluvia cayendo con fuerza en el mar.

Los días nubosos resaltan los contrastes entre el azul del mar que se vuelve oscuro allí donde las nubes cargadas de agua reflejan su imagen sobre la superficie marina. No menos bella resulta el intenso verde de la hierba con las hojas impregnadas de gotas de agua. Este verde es un vertido de vida arrojado por los dioses para cubrir los agrestes acantilados que desprenden un indescriptible aroma a tierra mojada. Una tierra que gracias a estas lluvias favorece el crecimiento de las plantas que se preparan para el estallido de vida de la primavera. Su llegada está próxima. Ya he visto las primeras golondrinas sobrevolando las acantilados de la Sirena.

Un claro se abre entre las nubes por oriente y el incremento de la luminosidad es notable. Aguardo con alegría la presencia del sol para que ayude a secar mi ropa y, sobre todo, mis zapatos mojados de andar entre la hierba fresca.

Apoyado en la pared norte de la Sirena de Punta Almina escribo ciertos pensamientos que me rondan la cabeza dese hace tiempo. Pienso que los dioses se esmeraron en el diseño de la pequeña península de Ceuta. Les quedo una verdadera obra de arte pensada para el disfrute de los sentidos y el despertar del aprecio de la belleza. Nuestros antepasados fenicios y griegos reconocieron que ésta era la morada preferida de los dioses y conscientes de su sacralidad solo acudían a este lugar para dedicarles sacrificios y ofrendas al “genius loci ignoto” de Ceuta.

Los romanos, ávidos de poder y dinero, la ocuparon y supieron que debían rendir culto a la diosa Isis y al dios Helios que cada día pintaba el cielo de hermosos amaneceres y atardeceres. Al ocaso observaban al sol rodar por la silueta del Atlante dormido hasta que a principios de mayo tocaba el mar y se convertía en un pez que nadaba entre ambas orillas durante la primavera y el verano. Terminado este último, regresaba a la orilla africana para volver a su forma de cabra como el dios Pan.

Los árabes que finalmente se establecieron aquí reconocieron que tenían frente a sus ojos a la “confluencia de dos mares” y no tardaron en dar con la fuente del agua de la vida en la que se produjo el encuentro entre Musa y al-Khidr. Todos aquellos sedientos de sabiduría vinieron a Ceuta a beber del agua de la vida y alimentar sus almas con la contemplación de la belleza de sus paisajes. A la belleza natural, los musulmanes sumaron lujosas casas, palacios, jardines, huertas, bibliotecas, baños y mezquitas haciendo de Ceuta una de los ciudades más hermosas y prosperas del Mediterráneo.

Los portugueses arrasaron Madinat Sabta y expulsaron a sus habitantes. También abandonaron las ciudadelas del Hacho y al-Mansura o Afrag y se llevaron por delante los jardines y huertas que ocupaban el espacio entre el Afrag y la Medina provocando el desconsolado llanto de los que fueron habitantes de Ceuta.

Mientras tomo nota de estas ideas, el cielo se ha despejado y me ha obsequiado con un arcoíris que se interpone entre mi mirada y el peñón de Gibraltar. La belleza de Ceuta se reivindica con los arcoíris, el azul lapislazuli del mar, las nubes blancas sobre la costa andaluza, las golondrinas que sobrevuelan el cielo, así como las gaviotas que se activan y comienzasn a emprender el vuelo al tocarles los primeros rayos solares.

Las vinagretas también parecen levantarse elevando sus alargados y amarillos pétalos y abriéndolos para ofrecer su néctar a las abejas y a las libélulas.

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