Ceuta, 3 de mayo de 2025.
Desde el pasado 22 de marzo no vengo al mirador de Santo Matoso, en el Monte Hacho para contemplar el amanecer. Echaba de menos la emoción que supone observar cómo comienza un nuevo día. Nunca se sabe a ciencia cierta la belleza del alba.
Hoy el día ha amanecido nublado, algo menos en el horizonte, lo que ha permitido atisbar la salida del sol. El dorado de su faz se han extendido sobre el mar y colorea de rosa las nubes, superpuestas al celeste del cielo. El haz solar está alineado con el punto donde me encuentro. No es mal sitio éste para un santuario dedicado a rendir culto al sol primaveral. Este sol despierta a las plantas y las invita a mostrar la belleza de sus flores.
Comienzo mi recorrido floral en el arroyo de Calamocarro, en el que me reciben las capuchinas rosas, los asteriscos que se aferran las rocas, las pequeñas flores de coral, los dientes de león con sus cientos de pétalos amarillos, los conejillos, las zanahorias silvestres, las margaritas, los redondeados tréboles, los olorosos ergenes, las pestosas rudas y hasta las ariscas zarzas ofrecen sus bellísimas flores.





No menos hermosas son las grandes flores de las hiedras. Las capuchinas aportan un toque luminoso y colorido entre el rojo y el amarillo.



El ricino, por su parte, ofrece sus diminutas flores. No obstante, las reinas del arroyo del arroyo de Calamocarro son las flores helicoidales de color rosa. Muchas flores de las adelfas no se han abierto y presentan un intenso color rojizo.

El agua siguen discurriendo por el arroyo, pero de una manera discreta. Apenas se le oye. Hay que agudizar el oido para escuchar lo que dice. Solo eleva el tono de su voz cuando salta entre algunas piedras situadas a distinta altura.
Las flores de la mata de la seda, que tanto atraen a las mariposas monarcas, son singulares. Parecen un saquito que esconden su contenido.
El helechal se ha renovado por completo y crecido hasta una altura cercana a los dos metros.
La flor del “españolito” o “banderita española” crece junto a un manantial. Es increíble la gran altura que ha adquirido la vegetación en apenas un mes.

El agua apenas por la cascada en la que hace semanas abundaban los renacuajos. Ahora el agua cae, gota a gota, para la mantener la poza en la que todavía se pueden ver algunos renacuajos.
En el silencio de este apartado rincón percibo mejor el sonido de fondo de los grillos y el canto de las aves.

El granado en flor es muy atractivo. Es una mezcla entre fruto y flor.
El centenario chopo ha comenzado a vestirse de nuevo con sus hojas renovadas después de mucho tiempo desnudo. También ha renovado sus hojas la higuera.
El cauce del arroyo se oculta tras un tupido manto de hiedras que asoman sus grandes flores blancas.
Tras un buen paseo por el arroyo, disfrutando de la variada belleza de las flores y de la extraordinaria exuberancia de la naturaleza, me he acercado a conversar con el Viejo Sabio. He apreciado en su rostro una gran alegría. Supongo que el motivo es la explosión de vida que inundan el arroyo. Me gusta pensar que parte de su contento se debe a mi visita, después de varias semanas sin vernos.
Hoy, día 3 de mayo, se celebra en distintos lugares de Próximo Oriente la festividad de al-Khidr, el hombre verde. Este personaje legendario residía, según se cuenta en la Sura de la Caverna, en “la confluencia de los dos mares” custodiando la fuente del agua de la vida. Hasta aquí viajó Musa, junto a su ayudante Josué, para aprender de este sabio inmortal que algunos identifican por Melquisedec.

Al-Khidr aporta el agua de la vida capaz de otorgar la inmortalidad y la sabiduría. Por donde pisa crece la vegetación, de ahí que también se conozca como el “hombre verde”. No tardaron mucho los exegetas musulmanes en identificar “la confluencia de los dos mares” con el Estrecho de Gibraltar y en ubicar la fuente del agua de la vida en Madinat Sabta. No es extraño que lo hicieran, pues la fuerza de la naturaleza en Ceuta ha llamado la atención a todas las civilizaciones que se han asentado en la orilla africana del Estrecho de Gibraltar. Este día percibo la fuerza vital con gran intensidad.
La temperatura es ideal. No hace ni frío ni calor. La luz tamizada por las nubes, la brisa tan suave como el agua que discurre por el arroyo, el aire perfumado con una mezcla de fragancia a la que contribuyen todas las flores, el trinar incesante de las aves -algunas de las cuales se acercan al “Viejo Sabio” para dedicarles sus melodías-, el zumbido incansante de las abejas, el verde de las helechos, el frescor del agua de la vida, todo ello combinado hace de este momento una experiencia inolvidable.

Yo soy el portador del agua de la vida que brota del manantial situado en mi templo interior, en el que reside Sophia, la Sabiduría Divina. Ella es mi aliento, lo que anima mi alma y mantiene despiertos mis sentidos sutiles, capaces de ver lo que permanece oculto a la mayoría. Me refiero al mundo imaginal o intermedio, cuya puerta de acceso está localizada aquí, en Ceuta, en la confluencia de los dos mares, en este paraíso que se protege camuflando su sacralidad, como la mariposa que se cruza en mi camino y se posa en una flor de ergene.
El sol aprieta, las mariposas revolotean y hacen el ademán de posarse en mi libreta. El murmullo del agua vuelvo a escucharlo en el tramo final del arroyo.