JOSÉ MANUEL PÉREZ RIVERA, ARQUEÓLOGO Y ESCRITOR
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Ceuta, 8 de junio, domingo de Pentecostés

Son las 6:55 h. Quedan diez minutos para el amanecer de este sagrado domingo de Pentecostés. Sopla un húmedo viento de levante que ha desplegado una tenue niebla sobre el Estrecho de Gibraltar y Ceuta. El mar está en calma con la misma tonalidad grisacea de las nubes bajas que cubren el horizonte. De esta manera cuesta saber por dónde asomará el sol en este nuevo día. Es tal la confusión óptica, que da la impresión que los barcos más lejanos navegan en el cielo.

El sol emerge entre las nubes rodeado de un enjambre de vencejos. Es una perfecta esfera dorada que se deja ver gracias al filtro protector de la neblina. Su luz no empieza a ser cegadora hasta pasados veinte minutos.

Me siento observado por el astro rey, como si quisiera agradecerme que éste aquí disfrutando de su renacimiento, aunque me ha costado un buen madrugón.

Mi corazón se alegra y mi cuerpo se despierta al recorrer con la mirada en la espesa arboleda que cubre el profundo valle del arroyo de San José. Hasta allí me dirijo impulsado por una fuerza misteriosa. La naturaleza quiere obsequiarme mostrándome algunos de sus secretos.

Nada más doblar la curva del camino observo que un picapinos se posa junto a un redondeado orificio abierto en el tronco de un eucalipto. Por él se asoma un polluelo. Nos quedamos mirándonos igual de intrigados el uno respecto al otro.

El picapinos es un ave bellísima con su plumaje negro y blanco y un toque rojo en la nuca.

Entro en el santuario al son de la trompeta del cercano cuartel de ingenieros. Me abro paso ente los elevados acantos y los abejorros que van de flor en flor.

Las adelfas blancas y rosas han florecido en esta semana. Entre ellas se asoman los pinzones, los mirlos, los herrerillos y los petirrojos. El ir y venir de los pájaros es incesante, así como sus melodiosos cantos. Disfruto de una soledad buscada y de los sonidos de la naturaleza. Esto es un paraíso desconocido para la mayoría. En este lugar me reintegro en la naturaleza para captarla con todos mis sentidos. Dejo suelta a mi imaginación y me sumerjo en el alma del mundo personificada en Sophia. Todo está impregnado de su presencia, bondad, vitalidad, fuerza y belleza. Cada planta, cada ave, cada flor, cada criatura de la naturaleza es una muestra de su infinita creatividad.

Me gusta observar la obra de Sophia, describirla y dejarme llevar por su divina sabiduría. Mis escritos son resultado de su inspiración.

Las aves cuelgan de las ramas de los árboles como si fueran frutos maduros. Escucho sus aleteos y sus cantos a pocos metros. No les inquieta mi presencia.

Me siento junto a altar dedicado a Fray Leopoldo. Al hacerlo sopla una ráfaga de viento en el día que celebramos la venida del Espíritu Santo, cuya voz femenina pocos escuchan y que vuelve a ser apreciable. Concentro toda mi atención para captar su mensaje. Apoyo mi espalda en el altar de Fray Leopoldo y cierro los ojos. A los pocos segundos aparece en mi aquietada mente el perfil de una paloma que se transforma en un mujer desnuda con el brazo levantado sobre su cabeza. Logro verla más de cerca, pero de espalda. Echa sus cabellos rubios y largos sobre su pecho. Por un momento veo su rostro, pero está vacío.

Lo siguiente que veo es una paisaje de montaña. Delante hay dos casas, una de ellas de forma rectangular y de fondo una profundo valle escalonado. Todo es de color sepia. Sentado aquí me elevo y desaparece todo a mi alrededror, como si estuviera suspendido en un precipicio.

Vuelve a aparecer la mujer. Ahora la veo de cuerpo entero. Es bellísima. El viento desplaza su pelo hacia el lado derecho y me mira sonriente. Sigue andando. Quiere que la siga. Me conduce a un estanque rodeado de las más bellas flores y árboles frutales que haya visto en mi vida. Me sumerjo con ella en el agua y siento un placer inigualable.

…He experimentado una gran satisfacción dibujando mis visiones de la Gran Diosa que tuve el pasado domingo de Pentecostés.  Fue una experiencia que me dejó enmudecido. Llevo varios días inmerso en esta visión y en los pensamientos que me suscita.

Ella, como diosa de la belleza y de la sabiduría, apareció primero como paloma y acto seguido en su personificación humana con cuerpo de mujer. Responde al arquetipo de la Gran Diosa que desea que la siga para sumergirme con ella en las aguas renovadoras de la vida.

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