Ceuta, 11 de febrero de 2025.
Hace tiempo que no acudía a contemplar el amanecer de la luna. Lo hago desde las escaleras que conducen al fuerte de Punta Almina. Son las 6:55 h y el sol ya se ha ocultado tras el Atlante dormido. Sopla viento de poniente, que trae el frío y el toque de corneta que acompaña el arriado de bandera en la fortaleza del Hacho.
El cielo está despejado. No obstante, se aprecia una tenue calima que cubre a Ceuta desde hace unos días.
La gama de colores que ofrece el ocaso abarca desde el azul del mar, perfectamente delimitado por el curvo horizonte, en el que un atractivo estrato rosaceo reposa sobre una franja celeste.
La salida de la luna me pilla desprevenido, ya que pensaba que aún quedaban unos minutos para que emergiera de manera majestuosa. En su amanecer ofrecía una tonalidad rojiza que fue cambiando a dorada siguiendo los pasos de la obra alquímica. Poco a poco el albedo pasa a ser su color y con esta tonalidad iluminaba la noche y el mar.
Resulta mágico e hipnótico observar el reflejo de la luna en la superficie marina. Me imagino la emoción de las criaturas del mar al presenciar cómo la luz de la luna ilumina la columna de agua.
Siento que alguien me observa desde el firmamento y al girarme contemplo a la brillante Venus que está celosa de la atención que le presto a la luna.
Uno tras otro se van encendiendo los planetas y las estrellas dibujando las constelaciones. Sobre mí tengo a Orión con su brillante cinturón. El guerrero protege a Sirio, la estrella asociada a la diosa Isis, quien tuvo uno de sus templos en Septem Fratres. Por encima de Orión demuestra su poder el deslumbrante Júpiter.
A la luna le escoltan los hermanos Cástor y Pólux y entre ellos Marte. A mí amanda Venus la veo sobre el Monte Hacho y, junto a Saturno, trazan un eje imaginario que conecta la tierra y el firmamento.