JOSÉ MANUEL PÉREZ RIVERA, ARQUEÓLOGO Y ESCRITOR
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Ceuta, 14 de junio de 2025.

Son las 8:00 h y comienzo mi paseo por el arroyo de Calamocarro. Me espera en la entrada un pastor de anatolia y una pareja de Bulbul naranjero, con su canto mañanero. Lo que no esperaba encontrarme, en mitad de la senda, es a un zorro que ladra al perro advirtiéndole que éste es su terreno.

Las adelfas ya están en flor, así como los jazmines silvestres, cuya fragancia inunda el aire. El perro pastor está falto de cariño. No se separa de mí y se sienta, a cada paso, para que le acaricie la cabeza.

También huele a hierba seca. Una parte de las plantas han pasado del verde al dorado. El pastor se mimetiza muy bien en esta tonalidad propia del verano.

El perro pastor conoce a la perfección el arroyo y sabe dónde puede beber agua. Se para y olfatea la tierra removida por los jabalíes.

Nos detenemos a contemplar la bella estampa que componen las adelfas rosas y blancas, y el pino centenario al que llamó “El Viejo Sabio”. Hasta él hemos llegado el pastor de anatolia y yo para desayunar. Bueno, más bien para que desayunara mi amigo, al que le he dado mi bocadillo. Se notaba que estaba hambriento. Desconozco su nombre y su edad y quién será su dueño. Es un perro grande y corpulento, pero de una gran nobleza y buena presencia. No entiendo los motivos de su evidente abandono. Respira con cierta ansiedad, posiblemente debido a su edad. Ahora está recostado a la sombra y sigue con la mirada a las aves que se acercan al árbol. Escucha atento los sonidos de la naturaleza. De vez en cuando me mira, como si reconociera en mí a un amigo de toda la vida con el que compartir el amor por este mágico y bello arroyo. Guarda conmigo unos metros de distancia. No quiere incomodarme.

¿Cuál será su nombre? ¿Acaso importa? La amistad se demuestra con el apoyo mutuo y la compañía. Le he dado mi desayuno y mi agua y no me arrepiento de haberlo hecho. Todo lo contrario. Siento un gran agradecimiento a este robusto pastor de anatolia que ha querido acompañarme en mi visita al “Viejo Sabio”. Aprecio en el rostro emergente de este último la alegría de estar acompañado de un par de buenos amigos. Puede que el perro pastor acoja el alma de un antiguo poblador de este arroyo. Se levanta y come algunas hierbas. Supongo que para aliviar la pesadez tras el desayuno. Demuestra con este gesto que conoce las propiedades curativas de las plantas.

Se pone en alerta al escuchar que se acercan un par de chicos jóvenes que conversan ignorantes de que los seguimos con la mirada desde este árbol. El “Viejo Sabio” nos observa, a su vez, a nosotros. Hoy me traído mi ejemplar del libro “los árboles en lo visible e invisible”, escrito por Ernest Zücher y publicado por la editorial Atalanta. He dedicado algunos minutos a leerlo. La obra comienza con unas palabras que constituyen toda una declaración intenciones sobre lo que vamos a encontrar en sus páginas. Dice así: “el árbol, gigante del espacio y el tiempo, arraigado en el cielo y en la tierra, memoria de siglos y fuente de vida, amigo de siempre, espera…que nos detengamos, lo miremos y le digamos: “¡Continuemos juntos!”.

Con las palabras de Ernest Zürcher resonando en mi mente miro el rostro del “Viejo Sabio”. De él surgen tres grandes troncos que conforman su imponente figura: uno mira a Occidente; el otro a Oriente; y el del medio apunta al cielo. Sus ramas toman todas las direcciones en un gran círculo de puntiagudas hojas verdes.

Este pino era ya un gran árbol antes de que yo naciera y seguirá aquí cuando abandone este mundo. Es el eslabón que une generaciones; es un símbolo de eternidad y sabiduría; es refugio de aves en la tormenta y sombra del paseante; es inspiración de pensadores y poetas; es un amigo que escucha y aconseja; es alivio para el triste y melancólico y motivo de alegría para el amante de la naturaleza; es la memoria viva de este arroyo; es un monumento natural que debemos proteger y conservar. Sobrevivió de manera milagrosa a un devastador incendio, pero la erosión del terreno ha dejado sus raíces descubiertas y si no hacemos algo pronto lo perderemos.

Al perro pastor le gusta esconderse entre el follaje silvestre. Después de un buen rato de descanso y escritura seguimos nuestro camino. Cerca del “Viejo Sabio”, y rodeado de helechos, un peral ofrece sus frutos. Con solo rozarlas se desprenden las peras y caen en mi mano.

Las flores del granado son auténticas “bombas” de belleza que dejan esquirlas rojas a su alrededor.

Mi amigo el perro pastor se introduce en el cauce del arroyo y excava con sus patas buscando agua. Yo le ofrezco la mía, pero la rechaza. Prefiere beber en el cercano manantial. Tenía mucha sed. Me gusta su carácter salvaje. Está acostumbrado a beber el agua que brota de la montaña.

Al llegar al tramo final del arroyo me encuentro con una pareja de senderistas. El perro se adelanta moviendo la cola y busca que lo acaricien. Pensaban que el perro era mío y le aclaro que lleva conmigo toda la mañana, pero pertenece al arroyo. Esta pareja ha escuchado hablar de este perro y pronostican que se irá con ellos. No se equivocan. Le gusta la compañía humana, pero, sobre todo, la libertad y la naturaleza. Es afable, pero también aprecia la soledad y sabe guardar las distancias. Su aspecto grande y fuerte impone. Que se lo digan si no a un corredor que salía huyendo del arroyo, como alma que le persigue el diablo. Se para a preguntarme si me había topado con un gran perro en el arroyo y le comentó que no tiene nada que temer nada. Es perro pastor inofensivo. Ha pasado toda la mañana conmigo y en este rato no le he escuchado ni un ladrido.

Me alegro que decidiera acompañar a la pareja de senderista, así nos hemos ahorrado la despedida. Estoy convencido de que volveremos a vernos y a pasear juntos por el arroyo de Calamocarro.

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