JOSÉ MANUEL PÉREZ RIVERA, ARQUEÓLOGO Y ESCRITOR
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Ceuta, 26 de abril de 2025.

He salido de casa a las 8:00 h. Se notaba que el viento había rolado a levante por la presencia de nubes y una acusada sensación de humedad. Andando hacia mi destino, el parque de San Amaro, pensaba en las diferencias entre lo observado en Granada y lo que mis sentidos captaban en mi tierra natal. La primera diferencia apreciable era la menor presencia de gorriones. Estos días, en casa de mis suegros, me despertaba con sus alegres cantos y el piqueteo de sus patitas en el techo de la terraza de la casa familiar de Armilla.

En Ceuta, las aves que podemos ver en mayor número en el centro urbano son las gaviotas, las palomas y en primavera a los vencejos y alguna que otra golondrina. No obstante, al pasar junto al antiguo hospital  de la Cruz Roja he escuchado el agudo chirrido de un cernícalo. He tenido que detenerme un rato para localizarla.

 

Finalmente, se trataba de una pareja posada en unas vigas oxidadas en las que se mimetizaban a la perfección estas rapaces. Aquel edificio en el que nací y otros muchos ceutíes y murieron seres queridos ha sido tomado por las gaviotas, las palomas y quién sabe que otras criaturas.

Unos metros más adelante se encuentra en el pabellón del cuartel de las Heras, un edificio protegido en el anterior PGOU al que las administraciones han dejado morir, a pesar de las múltiples denuncias públicas que sobre su abandono hemos hecho en la prensa.

Me duele escribirlo, pero la tónica dominante en Ceuta es la dejadez respecto al patrimonio. Escribo estas primeras anotaciones del día sentado en una gran piedra en la playa de San Amaro. El mar está verdiazulado y algo encrespado. Por el navega con rapidez el Cecilia Payne de la compañía Balearia, mientras que el buque rápido de Transmediterránea “Villa de Agaete” espera su turno para entrar en el puerto de Ceuta, donde se cruza con el Jaume I.

Sigo mi camino y paso por el castillo de San Amaro, igualmente dejado a su suerte y convertido en un estercolero. Todos los accesos han sido tapiados para que nadie entre en su peligro por el peligro de derrumbe.

Son las 9:00 h y escucho la campana de la ermita del Valle. Justo en este instante entro en el parque de San Amaro y, a la par, se activa la fuente en cuyo centro luce el grupo escultórico de los hermanos Nicoli. En él tres amorcillos se suben a una concha en la que nada un pequeño delfín. Es poco espacio para tantas bellas criaturas.

Las cotorras se encaraman a las verjas de la jaula para sentir el aire fresco de la mañana y curiosear.

Los periquitos son muy escandolosos y atractivos por sus coloridos plumajes.

 Con acierto han puesto carteles informativos de las especies vegetales que se encuentran en el parque. De lo que se han olvidado es de dar información sobre el “El Oso” y “El Caballo” de la insigne escultora ceutí Elena Laverón.

También me alegra que hayan adecentado el aljibe de la fuente de la Teja.

Reconociendo el interés de la parte cultivada del parque, a mí, lo que me gusta, es el lado agreste en el que las especies presentes son, en su mayoría, autóctonas, como las lentisco, los brezos, los acantos y las jaras. Llama mi atención un hongo de intenso color rojo con flores amarillas que parece un coral rojo, lo que me recuerda a mi querido amigo Óscar.

Las jaras de ládano ya están florecidas. Son flores tan bellas, como delicadas. El viento desprenden sus grandes pétalos blancos. No obstante,  muchos “cestos” siguen cerrados. El olor que desprenden las hojas es inconfundible y al tocarlas se quedan pegadas a los dedos. Toda la ladera norte del Monte Hacho está colmada con las grandes y atractivas flores de estas jaras de ládano.

A las 10:00 h vuelve a sonar la campana de la ermita del Valle. Es buen momento para hacer una parada en la “Cama del Hacho” y desayunar. Me gusta este lugar alto y apartado para contemplar el Estrecho de Gibraltar, escribir y leer. Hoy me he traído un libro muy apropiado que he leído estas vacaciones de Semana Santa. Se titula “Pequeños paraísos. El espíritu de los jardines” de Mario Satz. En sus primeras páginas figura una cita de místico cristiano Jakob Böhme (siglo XVIII) que dice: “el paraíso está todavía en la tierra, pero los seres humanos ya no saben verlo”.

Tal y como señala Mario Satz, la cueva de Calipso y su entorno, descrito con detalle por Homero, es el modelo arquetípico de todo jardín. Para Ulises fue un lugar de paso, pero para mí es el jardín en el que nací, vivo y recreo mis sentidos. Aquí medito, lejos del mundanal ruido, para hacer brotar la fuente del agua de la vida localizada en mi templo interior.

Los pétalos de las jaras se confunden con mariposas blancas y me hace pensar que por aquí ha pasado el cortejo de Perséfone en su regreso después de su cautiverio en el oscuro Hades ¡Cómo no reconocer el paraíso en este lugar! La luz inunda este paraje en el que confluyen dos mares y dos continentes, así como un mar azul y un cielo celeste parcialmente cubierto de nubes en el que mi mirada se pierde. Me estremezco al sentir la esferidad de la tierra y me elevo a tal altura que la contemplo como el oasis de vida que es en el frio y oscuro universo.

Vuelve a tocar la campana de la ermita del Valle. Son las 11:00 h y me introduzco en un bosquete de jara de ládano, jarguazos y jaras rizadas con bellísimas flores rosaceas.

Ya a los pies de la fortaleza del Hacho recorro su vertiente norte y me indigno al ver lo que han hecho con el helechal que suele cubrir este sendero. No hay ninguna necesidad de provocar este destrozo en una de las sendas más atractivas de Ceuta.

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