JOSÉ MANUEL PÉREZ RIVERA, ARQUEÓLOGO Y ESCRITOR

Ceuta, 22 de marzo de 2025.

He salido de casa justo a las 7:00 h. A esa hora llovía de manera leve, pero persistente. Acto seguido me he acercado al Monte Hacho para ver si era posible contemplar el amanecer, pero el cielo estaba cerrado por las nubes y seguía lloviendo, así que me fui a desayunar. En la cafetería Manhattan aprecié que la luz se colaba por las ventanas, señal inequívoca de que las nubes me permitían disfrutar de la mañana sabatina. Mi objetivo para hoy era recorrer el arroyo del Renegado. Para ello he dejado el coche en el Monte de la Tortuga y he recorrido el camino que conduce al cortijo de la arrebala. Desde allí he observado si era posible descender al cauce del arroyo.

La pendiente es muy pronunciada y las laderas están cerradas por los helechos y las zarzas. Debido a esta circunstancia he bajado por un sendero hasta la pista de aeromodelismo y, a partir de este punto, he tomado un camino que me ha llevado al embalse del Renegado. Al aproximarme a este lugar la senda se perdió pero, por fortuna, pasaba por allí mi amigos Jorge y Rosa Parrado, que me señalaron por dónde podía bajar.

También me advirtieron que habían visto a un jabalí a media ladera, por lo que me aconsejaron que tuviera cuidado. No obstante, me he introducido unos metros por el arroyo para ver la cantidad de agua que llevaba. Allí me he encontrado una silla que constituía toda una amable invitación a que me sentara a escribir un rato.

Bajo esta acacia, con sus características flores redondeadas y amarillas, escribo la crónica del paseo de esta mañana mientras contemplo el agua discurrir a gran velocidad por el cauce del arroyo.

No es el único elemento que va con prisa esta mañana, el viento aprovecha este profundo valle para seguir su camino. Al hacerlo desplaza las nubes y, de esta forma, se cuelan los rayos solares ilumando este paraje. Al mismo tiempo remueve el aire perfumándolo con una exquisita combinación de fragancias, como si de un cóctel se tratara.

No podía resistir la tentación de descender hasta el mismo arroyo para tomar algunas imágenes, aún a coste de mojarme los zapatos.

Lo más sorprendente de este lugar son las grandes acacias.

Cerca del arroyo de Mendicuti quedan los restos de un torre medieval, que evidencia la ocupación de las estribaciones de este arroyo en este periodo histórico. Por el camino que ha traído hasta aquí, he localizado fragmentos de ladrillos y cerámica de cronología bajomedieval.

Suele ser habitual que en el entorno de yacimientos arqueológicos medievales en Ceuta se localicen manchas de acebuches. Esto ocurre en las inmediaciones de la torre de Mendicuti y en otros yacimientos situados en el sendero principal que termina en el cuartel de la Legión.

Hago una breve pausa para tomar nota de un pensamiento espontáneo. Ceuta es un territorio modelado por el agua. Así lo demuestran las profundas ramblas que cuartean su piel. Hoy noto a Ceuta callada, pensativa, ausente, inaccesible a mi mente. Reclama de mí medite sobre ella, ansiosa porque alguien se fije en su belleza ¿Cómo no hacerlo?, le contesto. A cada instante me manda cumplidas invitaciones para que me siente a escribir y me deje llevar por su inspiración. Rompe su silencio con un torrente de ventosa voz para decirme que desea que la escuche. Me alerta de que se avecinan momentos difíciles para la humanidad procedentes del otro lado del Atlántico y que debemos estar preparados para resistir los embates del viento de poniente.

El último tramo del camino de regreso lo hago por el cortijo de Arrabala, que bien podría llamarse sendero de los ergenes en flor. Éstos se concentran en el borde superior de la amplia cuenca que recoge el agua de la lluvia. Esto explica que este lugar figure en los planos antiguos con el apelativo de “La Solanilla”.

Mi corazón se alegra, como también los aves, en especial los bulbul naranjeros y los pinzones. A casi todos los seres vivos, incluidas las plantas, nos gustan la luz y el sol.

Encuentro un estrecho sendero entre las zarzas para entrar en el cortijo de Arrabala. Escucho el agua discurrir bajo el edificio y descubro, para mi sorpresa, que se trata de un punto de captación de agua que aprovecha un manantial. Esta fuente natural debía abastecer de agua al cercano cuartel de la Legión. Pienso que este edificio sería perfecto para un experimento de “exploración vivencial”, como el que llevó a cabo Henry David Thoreau en la cabaña que construyó en la laguna de Walden.

El mar que rodea Ceuta ha adquirido una tonalidad turquesa, con incrustaciones negras, provocadas por las sombras de las nubes.

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