Ceuta, 9 de febrero de 2025.
Día muy distinto al de ayer. El viento ha rolado a levante y el cielo está despejado de nubes, excepto la estrecha franja de nubes apoyada en el horizonte. El levante se nota en la humedad que empapa la atmósfera y se deposita, en forma de rocío, sobe los coches y las plantas.
Hoy me apetecía bajar a la cala del amor para presenciar el alba. Deseaba estar cerca del mar para escuchar su sonido y absorber su salada fragancia.
Me sorprende el significativo número de cormoranes que, en grupo o en solitario, vuelan hacia Occidente. Las gaviotas también estaban muy activas en los minutos previos al amanecer.
Las nubes rasgadas se encienden mostrando una tonalidad anaranjada que se van expandiendo y descosiendo el velo nuboso para rehacerlo con hilo de oro. El preciado metal se derrama sobre el mar hasta alcanzar las rocas y dorarlas.
El sol es cegador en estos primeros minutos del día. Me cuesta mantener los ojos abiertos, por lo que concentro mi atención en las palabras que pronuncia el mar introduciendo su aliento en una galería por la remuza la savia verde del Monte Hacho. Es una voz grave y profunda que recuerda a un trueno lejano. Retumba con tal fuerza que disgrega las rocas y las abre para que salga el cobre y el hierro que guarda como un tesoro.
Según el sol va ganando altura, la luz penetra en el mar para transparentarlo y mostrar el intenso verde esmeralda de la cala del amor. Yo me siento a sus pies, como si fuera un rey en su trono. Toda esta belleza me pertenece. Éste es mi reino, el de la sagrada, mítica y mágica Ceuta. Yo le devuelvo la vida con mi mirada y mi escritura. No obstante, no soy avaricioso ni pretensioso. Como dijo Jesús, “el reino de Dios está entre nosotros, pero pocos lo ven”.
Junto a mi trono se posan una pareja de palomas, símbolo del Espíritu Santo personificado en Sophia Aeternae.
Junto a mi trono emana la Viriditas, el agua primordial y mercurial, así como un ramillete de joyas anaranjadas (Astroides calicularis).
La mina que hay en este lugar es aquella célebre del rey Salomón. El tesoro que esconde es de un valor incalculable. No hay diamantes, oro y plata que igualen su valor. Con este tesoro tengo garantizada la inmortalidad.
Mi reino no tiene límites ni tampoco su riqueza, pero nada soy sin mi reina de Saba. Ella es la que me llamó con fuerza y a la que he ayudado a regresar después de varios siglos atrapada en una gruta bajo tierra. Después de un largo noviazgo le abrí las puertas de mi palacio y ella se alojó junto a mí en un matrimonio sagrado del que nació esta nueva versión de mi personalidad.
Unos renovados sentidos captan toda la belleza de la naturaleza y el cosmos en un contexto generalizado de ignorantes cegados por el dinero y el poder. A mi me ciega el sol de esta mañana, pero el oro que representa es cambiado en mi interior en sabiduría, emoción y vitalidad.